Intimidad 

Nunca en mi vida había pasado tanto tiempo en casa. Supongo que a todos nos ha pasado parecido en los últimos tiempos. Ya fueses de los que solo paran por casa para dormir como los que son más caseros, durante el confinamiento todos hemos pasado más tiempo en el hogar de lo que estábamos acostumbrados. Y eso ha tenido un montón de repercusiones, también de cara a los vecinos.

Todo empezó en mi casa con lo de los aplausos. Un buen día, a eso de las 8 (en realidad un par de minutos antes) buena parte del vecindario reventaba en aplausos. El primer día yo pensaba que había marcado el Madrid porque vivo en un barrio ‘blanco’, pero luego recordé que también el fútbol se había suspendido. Lo de los aplausos se convirtió en norma constitucional de la noche a la mañana. Y quise bajar las persianas para tener un poco de intimidad. Pero me acordé que no tenía persianas. Y luego llegaron las caceroladas de las 9… y yo seguía sin persianas.

Entonces saqué el móvil y me puse a buscar persianas venecianas de madera. Nunca hasta ahora había sentido la necesidad de protegerme de los vecinos, de tener un poco de intimidad, pero todo ha cambiado. No es que tenga nada concreto en contra (ni a favor) de mis vecinos, podrían cambiarlos todos por otros y seguiría pensando igual. Pero es que tanto tiempo en casa, cansa, y necesita uno echar abajo la persiana de vez en cuando.

Hasta ahora yo era de esos que no tiene ni cortinas. Pasaba tan poco tiempo en casa que no las necesitaba y tampoco es que me preocupase mucho que los vecinos comprobaran de lejos el tamaño de mi televisor o el color de las paredes. No me molestaba que me miraran y yo tampoco es que perdiera mucho tiempo mirando a los demás.

Pero con el confinamiento me sorprendí fisgando al vecino del tercero o a la vecina del quinto. Y supongo que muchos de ellos hacían lo mismo. Unas persianas venecianas de madera en el salón evitarán tentaciones para los próximos confinamientos.